La noche del 7 de mayo de 2025, cerca de las 22 horas, dejó en evidencia, una vez más, que la política argentina se cuece en una olla donde los ingredientes no siempre responden a la lógica de la transparencia ni al mandato popular.

En la Cámara de Senadores, se rechazó la ley conocida como “Ficha Limpia”, que pretendía impedir que personas con condenas judiciales en segunda instancia accedan a cargos electivos o funciones públicas. El resultado: 36 votos a favor, 35 en contra. No alcanzó la mayoría necesaria.

Pero más allá de la aritmética parlamentaria, lo que emergió de esa votación fue la imagen de un país atrapado por un monstruo de dos cabezas: el de Cristina Fernández de Kirchner y Javier Milei. Antípodas en lo discursivo, simbólicos antagonistas de la política contemporánea, terminaron parados —de manera tácita— en el mismo terreno de juego: el del cálculo político por sobre el interés público.

Cabeza 1: Cristina, la perpetua superviviente

Cristina Kirchner, condenada en 2022 por corrupción en la causa Vialidad (pena de seis años e inhabilitación para ejercer cargos públicos, aún sin sentencia firme por la instancia de la Corte), fue el centro de gravedad en torno al cual orbitó todo el debate. El kirchnerismo votó en bloque contra la ley, con la justificación de que se trataba de una “proscripción judicial encubierta”. No faltaron los discursos con aroma épico y la narrativa de una persecución estructural por parte del “lawfare”.

La ex vicepresidenta, que no ocupa actualmente un cargo electivo, sigue siendo el centro emocional y político de un sector del peronismo que aún no ha hallado un nuevo liderazgo. No sorprende, entonces, que su sombra fuera decisiva. La ley tenía un nombre y apellido: de haberse aprobado, Cristina no podría volver a postularse. Para muchos, eso era razón suficiente para apoyarla. Para otros, una amenaza inaceptable a su retorno.

Cabeza 2: Milei, el incendiario pragmático

Del otro lado, Javier Milei, presidente electo con la promesa de una revolución liberal y una motosierra simbólica contra la “casta política”, llegó a esta instancia legislativa con una expectativa clara: limpiar el Estado de figuras corruptas.

Su núcleo duro exigía la sanción de la Ficha Limpia como una muestra palpable de ética republicana. Sin embargo, el resultado terminó exponiendo su debilidad política en el Senado, donde no tiene mayoría, y donde la lógica del “acuerdo” sigue siendo moneda corriente.

Más allá de sus furibundos discursos, Milei no logró construir el consenso mínimo para convertir esa voluntad en ley. Algunos sectores del PRO, aliados naturales del oficialismo, se alinearon con la propuesta, pero hubo ausencias y votos que se esfumaron como humo en la transcurrir de la sesión. El operativo político de La Libertad Avanza fracasó, quizás por subestimar la habilidad del peronismo para cerrar filas cuando se trata de defender sus intereses. O quizás, porque el Presidente también está aprendiendo que el poder no se construye solo con palabras incendiarias, sino con estrategia legislativa y acuerdos inteligentes.

El monstruo que se retroalimenta

Cristina y Milei, aunque antagónicos en sus relatos, comparten algo más que una posición central en el tablero: son partes funcionales de un mismo ecosistema polarizado que se retroalimenta. El uno necesita del otro. Milei necesita un “cuco” kirchnerista para mantener viva su épica antisistema; Cristina necesita un Milei desaforado para justificar su vigencia como baluarte del “modelo nacional y popular”.

Esta simbiosis perversa genera un efecto devastador sobre la política de fondo. Mientras la sociedad exige reglas claras, transparencia y una justicia sin apellidos, la política responde con maniobras que solo refuerzan el descrédito institucional. El rechazo de la Ficha Limpia no fue un gesto de republicanismo ni un acto de defensa de garantías procesales. Fue la ratificación de que la clase política sigue atada a los privilegios y temores que la blindan del juicio ciudadano.

Una oportunidad perdida

Países como Brasil, Chile, Perú y Colombia han implementado leyes similares con efectos positivos. La Argentina, en cambio, parece cómoda en su excepcionalidad jurídica. Una vez más, el mensaje que baja desde el Senado hacia la sociedad es que la política se resguarda a sí misma antes que al bien común. Que el barro de los tribunales no inhabilita, sino que fortalece, a quienes saben jugar el juego del poder.

En resumen: la Ficha Limpia no fue ley porque el monstruo de dos cabezas sigue dominando la escena. Milei, sin músculo parlamentario; Cristina, aún con poder simbólico intacto. Y en el medio, un país que mira, espera y —cada vez más— desconfía.

¿Puede una democracia desarrollarse plenamente si no es capaz de acordar siquiera un piso ético para sus representantes? La respuesta, lamentablemente, ya la tenemos. Se votó en el Senado. Y no alcanzó.