El Gobierno volvió a patear para adelante la publicación de la reforma laboral. No por falta de redacción —el texto está más que listo— sino porque el oficialismo descubrió que, cuando se trata de tocar intereses de peso, la épica libertaria se achica y aparece la calculadora política. Y, sobre todo, el miedo al costo.

En la Casa Rosada dijeron que faltaban “puntos y comas”. Una explicación tan infantil que ni los propios funcionarios la repiten sin sonrojarse. La realidad es otra: el Gobierno decidió guardar el proyecto en un cajón hasta que Milei vuelva de Noruega y determine, desde arriba, qué se muestra, cómo y cuándo. En la Argentina del mileísmo, nada importante se mueve sin la bendición del Presidente. Ni siquiera aquello que ya está terminado.


El «Consejo de Mayo»: mucha épica constituyente, pocos resultados concretos


El Gobierno había preparado la puesta en escena: última reunión del Consejo de Mayo, discurso institucional, cierre técnico y publicación del proyecto. Pero, a la hora señalada, la Casa Rosada retrocedió sobre sus pasos.


La reforma laboral —el “caballito de batalla” de la desregulación— quedó reducida a un borrador circulando a escondidas. Nadie quiso ser el que le lleve a la CGT una mala noticia sin que Milei esté en el país.


Y, al final, Adorni tuvo que admitir en conferencia que el borrador filtrado era casi idéntico al definitivo. Más torpeza comunicacional, imposible.


Los hilos invisibles: comisiones, internas y una verdad incómoda

En el Congreso cuentan otra historia, mucho menos épica y bastante más realista:


La reforma laboral no aparece porque complicaría negociaciones que ya están cuesta arriba.
¿Qué comisiones se queda cada bloque?
¿Quién controla Trabajo en el Senado?
¿Quién ordena la agenda de extraordinarias?


Todo eso está en discusión. Y mostrar el proyecto ahora sería como patear un avispero mientras se arma la mesa.


La negociación está tan áspera que algunos legisladores de LLA lo reconocen sin rodeos:


«Es más fácil negociar sin el proyecto que con el escándalo arriba de la mesa.»
Mientras tanto, Patricia Bullrich lucha por presidir la Comisión de Trabajo del Senado como si le fuera la vida. Y choca, otra vez, con el oficialismo que—entre líneas—ya empezó a dejarla fuera del cuadrante de decisiones.


La interna más brutal: tocar o no tocar las cuotas solidarias


El capítulo más vergonzante de esta historia es que el Gobierno se peleó una semana entera por el corazón financiero del sindicalismo: las cuotas solidarias.


La “batalla cultural” duró lo que dura un suspiro. Y perdió, como era previsible, el sector que quería dejarlas afuera del sistema.


Los que querían limitar las cuotas (el “puro mileísmo”):


Sturzenegger, siempre dispuesto a serrucharle el piso al poder sindical.
Bullrich, buscando capital propio en la pelea.


Los que frenaron la jugada (los que piensan en votos reales):


Caputo, que entendió rápido que sin CGT no se aprueba nada.
Menem (ambos), cuidando la ingeniería legislativa.
Cordero, que ve venir juicios, paros y una guerra eterna.


Finalmente, ganó la lógica electoral por sobre la épica libertaria. El Gobierno retrocedió. Retiró el artículo. Guardó la motosierra. Y evitó un conflicto que no estaba en condiciones de sostener.


La CGT, mientras tanto, mira satisfecha. No ganó, pero logró que el Gobierno no avance. Y, en política argentina, evitar una derrota suele valer más que obtener una victoria.


Lo que trae la reforma: flexibilidad, recortes y una apuesta al mercado


Aunque escondido, el texto existe. Y propone cambios que van desde lo discutible hasta lo explosivo:
• Eliminación de la ultraactividad: un misil directo a la negociación sindical tradicional.
• Prioridad de convenios de empresa: desarticula lo que queda de la negociación sectorial.
• Fondo de Cese Laboral del 3%: un sistema que a muchos empresarios les parece una indemnización disfrazada de impuesto.
• Bancos de horas, vacaciones fraccionadas, derogación total del Teletrabajo: flexibilidad con todas las letras.
• Incentivos fiscales: el clásico “blanqueo” que todos prometen y nadie ejecuta bien.
Es, en esencia, una reforma más ideológica que técnica: una apuesta por romper el sistema laboral argentino de raíz y reemplazarlo por un modelo hiperflexible, empresarial y descentralizado.


El silencio como síntoma


El Gobierno no la publica porque sabe lo que significa:


• Abrir frentes con la CGT.
• Tensar más el Congreso que ya está al límite.
• Exponer sus propias contradicciones internas.
• Forzar definiciones en un momento en el que prefiere opinar por Twitter desde Oslo.


La demora no es estrategia:


• es temor a las consecuencias. Es cálculo político disfrazado de técnica legislativa.
• La reforma laboral existe…
• Pero no aparece.
• Porque cada día que no se publica es un día sin conflictos nuevos.


Y este Gobierno ya entendió —a fuerza de tropiezos— que la motosierra corta más en campaña que en el Congreso.