Hay cosas que uno ya debería dar por descontadas en la Argentina. Por ejemplo: que si hay una marcha, una peregrinación o una misa multitudinaria… allí estarán, agazapados, los políticos y sus satélites listos para meter la cuchara. Como si tuvieran un GPS incorporado que los guía directo a cualquier concentración de gente para colar su eslogan, su bandera o, en el mejor de los casos, su cara en una selfie conveniente.

La 51° Peregrinación Juvenil a Luján no fue la excepción. Mientras miles de fieles caminaban con fe sincera desde Liniers —más de 60 kilómetros, con calor, lluvia, ampollas y cansancio real—, otros tantos aprovecharon para hacer marketing político.

Me llegaron (y me etiquetaron, por supuesto… porque si no hay testigo, no sirve) un desfile de publicaciones dignas de una comedia tragicómica: pancartas con consignas meramente partidarias entre rosarios, megáfonos alternando “Ave María” con consignas políticas, y hasta alguna que otra bandera más parecida a un acto en Plaza de Mayo que a una peregrinación religiosa.

Los “peregrinos delivery”


Uno de los espectáculos más pintorescos es el de los “peregrinos exprés”. Esos que llegan cómodamente en auto hasta General Rodríguez, bajan fresquitos, se calzan la mochila nuevita —que parece recién salida del local— y encaran los últimos 16 kilómetros con cara de “mártir de la fe”.
Mientras tanto, los que arrancaron en Liniers siguen avanzando con las rodillas en huelga y los pies pidiendo auxilio. Pero al llegar a la Basílica, la selfie no discrimina: todos parecen haber cruzado el desierto juntos. Spoiler: no es así.

Devotos por conveniencia


Después están los que aprovechan la peregrinación para lavarse la cara pública. Gente que hace tiempo, y no mucho, marchaba fervorosamente por la despenalización del aborto (con todo el derecho del mundo, claro) y hoy aparece abrazada a la Virgen como si fueran el mismísimo San Cayetano. O los que putean a “el de arriba” cuando las cosas no les salen como esperan, pero frente a la cámara se santiguan como si hubieran hecho los ejercicios espirituales de Loyola.

La coherencia, evidentemente, se tomó el fin de semana libre.

Los críticos cronometrados


Y no podían faltar los “fiscales de la basura”, esos que, antes de que pase el primer camión de limpieza, ya suben a redes fotos de residuos al costado del camino, con comentarios moralistas de manual: “Miren cómo ensucian”. Claro, porque esperar que termine un evento que moviliza a cientos de miles y luego evaluar con contexto… sería demasiado esfuerzo.

La fe como escenario electoral


Todo esto me lleva a la misma imagen que inmortalizó Discépolo en Cambalache: “mezclar la Biblia con el calefón”. No se puede convertir un acto de fe en un acto partidario camuflado. No se puede usar la peregrinación como vidriera electoral o como peana para posar ante los seguidores. Si querés hacer política, hacela. Pero no uses la fe de los demás como escenografía.

En síntesis: algunos dan tanta vergüenza ajena que uno no sabe si reír, llorar o repartir estampitas con el número de lista a votar, de la próxima elección.

La fe es fe. La política es política. Cuando se mezclan, no sale agua bendita: sale marketing berreta.